08 agosto 2012

La dictadura de la palabra

PI-PI-PIIII-PI-PIIIII-PI-PI-PIPIIIPI-PI
Interrumpimos urgentemente el descanso estival de este espacio para comunicarles una noticia de extrema importancia:
Entre líneas: el cuento o la vida, de Luis Landero, es UNA VERDADERA JOYA!
(gracias, gracias, gracias)

Todavía están a tiempo de llenar su verano de literatura si salen corriendo a buscarlo.
Por si tienen dudas, aquí les dejo esta historia, digna de los sueños más salvajes de una servidora...

***

Alguna vez Manuel ha pensado en que la literatura desaparezca del mundo para siempre, pero enseguida se ha consolado con la certeza de que, en efecto, podremos imaginar un mundo sin literatura, pero de ningún modo sin mesas redondas y congresos y cursos sobre literatura. Esto, a Manuel no le cabe en la cabeza. Es más: exaltado por esa convicción, se imagina sin dificultad que un día avanzado del siglo XXI, cuando parece que la cultura impresa tiene ya sus horas contadas, y sin anuncio previo, con ese repente de catástrofe con que suele asestar la historia sus mejores y más certeros golpes, ocurre que escritores, editores, distribuidores, libreros, lectores, profesores y críticos se levantan en armas contra la dictadura de la imagen. Forman patrullas de combate, toman los centros neurálgicos de las redes comunicativas, sabotean satélites y repetidores, detienen y fusilan en juicios sumarísimos a los presentadores de televisión, y un batallón de filólogos asalta y devasta esos Palacios de Invierno que serían la Metro o la ITT. Se liquida a los zares y, enseguida, en un proceso tan frenético y concatenado como el que desarticuló en un vuelo a los países socialistas, y cuyas fases y mecanismos en vano los historiadores de un futuro remoto intentarán reconstruir, se impone la dictadura mundial de la letra impresa.
De la noche a la mañana, un día nos enteramos de que un poeta lírico se ha alzado con la presidencia de los EE UU, en tanto que al sur, el resto de América empieza a aunarse al fin bajo el liderazgo de hierro de un dramaturgo experimental. Escindido en géneros literarios  y en disciplinas humanísticas, el mundo amenaza con volver a la política de bloques y a la guerra fría, y en todos los países, salvo en aquellos donde algún gremio de letrados hubiera impuesto un régimen totalitario, surgirían partidos nunca vistos: el PC (Partido Costumbrista), la UEB (Unión de Editores de Bolsillo), la APE (Asociación de Profesores de Español), etcétera. Se provee de uniformes de campaña y armas automáticas a los bibliotecarios. Los profesores de literatura dan sus clases a punta de pistola. Por donde pasa el caballo del crítico literario, ahí no vuelve a crecer más la hierba de la imagen. Taxistas y albañiles habrían de revalidad sus puestos de trabajo con la demostración de haber leído con aprovechamiento doscientos libros y compuesto al menos un cuento o un soneto. No se pedirían ya curriculum vitae sino curriculum retoricae. Habría depuraciones, habría delaciones ("mi vecino del tercero no ha leído a Galdós ni releído a Juan Goytisolo"), habría torturas, sambenitos y capirotes, habría insignias y carnés, y un nuevo fantasma recorrería el mundo: el de la literatura. Ingenieros informáticos y teleadictos empecinados ("nostálgicos del pasado, reaccionarios", en definitiva) celebrarían reuniones clandestinas para ver anuncios de televisión y jugar a los videojuegos.
- Papá, ¿es verdad que antes existía una cosa que se llamaba televisión y que le dabas a un botón y salían marcianos y asesinos?
- ¿Dónde has oído esa tontería?
- No sé, lo ha dicho en clase un profesor con barba.
- Anda, déjate de pamplinas y sigue leyendo La perfecta casada.